Ojos de hiedra y los guiñoles muertos (2)

La arena cuando quieta en el fondo del río arrastra todo lo que causa autodestrucción. La humillación pequeña de las flores desiertas, peticiones de sentirse en posesión de polvo de estrellas. Es barro formando guiñoles. Las fuerzas que son de piedra son inmóviles, porque el agua lleva más cadencia, porque los fuegos queman y las palabras son muros o puertas.

Tu azul es una membrana para el nirvana diluido, goteros de agua salada para las humildes bocas. Salen del subterráneo dos elefantes cubiertos con sedas rosas, con las caras pintadas de cicatrices, y un caballo con patas de palo que lleva arlequines de plata.

La piel acontece, despierta en la brisa nocturna, una muerte y el faro cobrizo que perturba la imagen que vaga y se aleja. El pájaro muerto en el césped. Los vidrios enormes y las paredes blancas como abismos ofuscan el tiempo más restringido, y el olor a cloro hilvana las tardes sedientas.

El nuevo súper hombre lleva esferas doradas a cuestas. Abismos que simulan rejas y otros que simulan casas. Vacío es sólo el recuerdo de un túnel muy largo y profundo. Trenes gigantes sin puertas, llenos de bocas. Apagar las luces y dejar volar los pájaros, volar hasta verse olvidados.

Cuarto de papel azul (1)

Las últimas gotas del mar se secan dentro del cuerpo, endureciendo el barro moldeado por todas manos que lo han tocado, dejando huellas visibles y huellas ocultas, algunas sobre las otras y también repetidas, manos que aprietan y manos que acarician, muchas que hunden los dedos sobre la arcilla húmeda y a veces intentan romper la que ya está seca. Siempre es la misma materia en diferente figura, que de vez en cuando amanece monumental, pero muchas otras, carente de sentido, como un arte que intenta ser explicado con palabras de hombre. Se echa entonces la carta del corazón, y se espera. Se espera que el cuarto de papel azul contenga toda la sal del mar y en sus dunas de arena naden los peces que aún no han muerto. El adentro se vuelve ventisca, bochorno y diluvio.

Los feriantes

Se acaba el blindaje de los sueños
Viene el sonido del motor y un arrastre
Se gasta el tiempo inalcanzable
En el teléfono que repiquetea

Murmullos aquí y allá
En el recelo de una mente
Quedarse arriba o bajarse el alma
Cuando la vejación estalla

Ya volviendo a lo pequeño
En esa lengua que se escapa
Dos mofletes bien rollizos
Tan rellenos de espesa savia

Las calles con hileras de papel picado
Llenas de gente peregrina
Donde en cielos amarillos
Dos botas pardas se aproximan

Cuadros, platos y portezuelas
Nada escapa del reflejo
Huye pronto o haz silencio
Duerme y mátame en tus sueños