Ojos de hiedra y los guiñoles muertos (2)

La arena cuando quieta en el fondo del río arrastra todo lo que causa autodestrucción. La humillación pequeña de las flores desiertas, peticiones de sentirse en posesión de polvo de estrellas. Es barro formando guiñoles. Las fuerzas que son de piedra son inmóviles, porque el agua lleva más cadencia, porque los fuegos queman y las palabras son muros o puertas.

Tu azul es una membrana para el nirvana diluido, goteros de agua salada para las humildes bocas. Salen del subterráneo dos elefantes cubiertos con sedas rosas, con las caras pintadas de cicatrices, y un caballo con patas de palo que lleva arlequines de plata.

La piel acontece, despierta en la brisa nocturna, una muerte y el faro cobrizo que perturba la imagen que vaga y se aleja. El pájaro muerto en el césped. Los vidrios enormes y las paredes blancas como abismos ofuscan el tiempo más restringido, y el olor a cloro hilvana las tardes sedientas.

El nuevo súper hombre lleva esferas doradas a cuestas. Abismos que simulan rejas y otros que simulan casas. Vacío es sólo el recuerdo de un túnel muy largo y profundo. Trenes gigantes sin puertas, llenos de bocas. Apagar las luces y dejar volar los pájaros, volar hasta verse olvidados.