Abrir la compuerta y mirar el vórtice en el patio trasero, quedarse mirando por horas las líneas que forma el viento hacia adentro, el que lleva pedazos de hojas, pedazos de piedra, pedazos de puertas y pedazos de tiempo. Soy yo quien te cuenta y también yo quien te escucha. Podrás ver millones de ojos escondidos entre las hierbas y sentir que no hay barrera entre tú y la niebla; que las nubes, espesos algodones, se deslizan sobre las rocas brillantes de luna. Esbelto, alto y grumoso como una sombra de árbol, aparece parado en las puntas de sus pies heridos, sin ojos, sin boca, sin rostro, pero olor conocido. Susurra en el viento que triste se aleja, los cuentos de ahí a lo lejos, sollozos que arrulla el viento. Palabras con dientes. El ritual de romper la caja y soltar el hilo, sentir que recorre las venas; saliendo despacio hiende el profundo camino, trazando rayones de color escarlata. El hilo atado a la puerta. El hilo atado a las manos, las mentes, las voces. Enredado en las turbinas indigna el sigilo de los perros mudos bajo una lluvia caliente. Tremor de infiernos contenidos en las astillas de las puertas verdes.
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